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Rosalía: El renacer de una artista

El nuevo álbum de Rosalía, Lux, ha generado expectación y polémica. La gran campaña de marketing que se llevó a cabo en Madrid nos recuerda a aquellas estrellas del rock que por encima de todo buscaban escandalizar, hacer ruido. Muy pronto hemos olvidado a aquellos Beatles que dieron un concierto improvisado en la azotea de su estudio Apple Corps.

En España, el álbum de Rosalía ha despertado a las bestias de las etiquetas y el esnobismo, que la acusan de haberse entrometido en el privado mundo de la música clásica. Y, sin embargo, Rosalía desafía toda etiqueta con este nuevo disco. Su voz, indiscutiblemente única, nos acompaña a través de una historia de redención, espiritualismo y realismo, desde las bajezas de nuestra existencia hasta nuestros desvelos más hermosos.

Empieza con ‘Sexo, Violencia y Llantas’, un exquisito aperitivo entre los altos del piano y los bajos del chelo que pronto nos lleva a esas escalas andaluzas tan propias de Rosalía. Esta canción ya nos introduce a uno de los primeros conceptos artísticos del álbum, el tríptico recitativo, cante y aria. El primer tema es un llamamiento a que cambiemos el sexo, la violencia y las llantas por ‘destellos, palomas y santas’. Su letra explora la nueva búsqueda espiritual de la gente joven, que, atacada por las sucesivas crisis, no busca como tal un retorno al catolicismo, sino una unión llena de gracia y humanidad. Buscar una coexistencia en la dicotomía, entre lo bajo y lo alto, entre el espíritu y la carne. ‘Reliquia’ nos lleva de la mano por las reliquias de la juventud, una confesión entre los viajes y el espíritu nómada que caracteriza a las generaciones más jóvenes.

Con este concepto de viaje, Rosalía prosigue en catalán e inglés con ‘Divinize’, recordando el estilo de sus trabajos anteriores. Aprovechando la flexibilidad de ambos idiomas, el inglés está reservado para el estribillo, mientras que el catalán avanza la historia sobre el pecado. Aquella fruta prohibida que no puedes morder, aunque sí mirar. Un canto a la fe que no se puede materializar, exponiendo aquellas contradicciones que tan bien ha conseguido reconciliar el catolicismo: ‘una ausencia que sacia’, ‘el dolor una delicia’.

En ‘Porcelana’, Rosalía incorpora elementos instrumentales interesantes a partir de los versos ‘El placer anestesia mi dolor, el dolor anestesia mi placer’ (combinación lírica, por cierto, muy típica de nuestras canciones españolas). Una mezcla entre saeta no cantada, sino recitada, con broches de la orquesta enfatizando el dramatismo, y que nos hace recordar los pasos típicos de Semana Santa con ese si bemol y fa borroso entre glissandi. Hasta que se deja caer en un suave rap en latín: ‘Ego Sum nihil, Ego sum lux mundi’ (yo no soy nada, yo soy la luz del mundo’). Y tras un débil trap en inglés, Rosalía vuelve a la tierra con su típico y descarado flamenco, un descanso en la tonalidad y en lo familiar. Rosalía sorprende después con la incorporación de versos en japonés, el más destacado ‘soy la reina del caos, porque Dios así lo decidió’. Es una muestra de ese caos al que nos sumergimos con Lux: luz y sombras.

Con ‘Mio Cristo Piange Diamanti’, volvemos al mediterráneo, esta vez tumbándonos en costas italianas con unas maravillosas letras. ‘Imperfectos, agentes del caos, nos desarmamos como los mitos, mi rey de la anarquía, mi astro imprudente favorito, cuando lloras recoge tus lágrimas y moja tu frente’. Y tras un corte súbito en el punto más álgido, Rosalía canta con su característico piano, mientras ligeros vientos en la orquesta pintan un cuadro de amor piadoso. De nuevo, se junta el canto más melódico con el recitado, herencia de la ópera italiana que Rosalía maneja a su gusto. Recuerda a las grandes canciones italianas de Claudio Villa, pero todavía más operística y grandiosa.

Y después del sol italiano, nos trasladamos a las iglesias germanas con ‘Berghain’ (‘arboleda de la montaña’). Rosalía explica que este término le inspiró el pensar la mente humana como un bosque, un laberinto en el que uno puede acabar perdiéndose. Con un estilo barroco desenfadado y convencional, lo que más llama la atención es la precisión del coro enfrentado a la flexibilidad de Rosalía. Es con esta canción que muchos han criticado su deriva hacia la música clásica. Sin embargo, el efecto es poderoso, lo concreto y conciso (el coro), contra lo ambiguo y fluido (Rosalía). Dada su trayectoria profesional, el que todavía opine que sus decisiones creativas son aleatorias verá con esta canción que se equivoca. ‘Berghain’ es una oda viva entre diversos estilos de la clásica, entre misa, ópera y oratorio, salteado con el estilo de Rosalía, Björk e Yves Tumor. Es extraño cuando los críticos descuartizan a los artistas que se nutren de la clásica, porque Rosalía ha vuelto a demostrar, como ya hicieron muchos en su día, que es fuente inagotable de inspiración. El vídeo de ‘Berghain’ realza todavía más el ‘angst’ (el temor, el miedo) que subraya toda la canción, escenas cotidianas que cobran un nuevo sentido lleno de alucinaciones, tristeza y saturación. La escena con el tasador de joyas nos recuerda a ese Cristo que llora diamantes. Quizás en ‘Berghain’ Rosalía comienza a dudar de su fe. A pesar de estar acompañada por la orquesta, Rosalía está sola. Y es en esa soledad, pandemia desatada por nuestro desmesurado narcisismo, donde podemos dar el primer paso hacia el ‘nosotros’. ‘Su miedo es mi miedo, su ira es mi ira’.

En ‘Perla’, el meloso ritmo de vals lanza un giro irónico, utilizado como burla, quizás, a su relación con Rauw Alejandro. Sin duda Rosalía se alza por encima de él con un álbum infinitamente superior a la música, por llamarla de alguna forma, del puertorriqueño. Una muestra más del poder simbólico de la música clásica, o, al menos, de su ilimitada variedad. En ‘Mundo Nuevo’, ese comienzo de saeta retoma el hilo conductor del álbum, esta vez con cantos más propios de ésta, romantizada, expandida. Y tras este breve pero glorioso canto, ‘De Madrugá’ comienza con ritmos latinos y voz más propia del trap, hasta que Rosalía siente de nuevo la llamada de las palmas, los giros y el duende. Los versos en ucraniano, ‘no busco venganza, la venganza me busca a mí’, parecen una muestra de solidaridad hecha música ante los acontecimientos que nos contienen el aliento, ya que la música española y la música eslava comparten cadencias, escalas y texturas entre sí.

En ‘Dios Es Un Stalker’, Rosalía da voz a su propia concepción de Dios, mezclada con sus experiencias personales y con cómo se concibe a sí misma. El verso ‘soy el laberinto del que no puedes salir’, es otro leitmotiv que nos une con ‘Berghain’. Lo curioso es que no queda claro cuándo habla Dios, o si Dios es mujer, o si es Rosalía que intenta comprender a Dios entregándole su voz. En ‘La Yugular’ los versos en árabe llenos de iracunda belleza, Por ti destruiría el cielo, Por ti demolería el infierno, Así lo prometo, Así lo amenazo dan paso al guiño flamenco con Undibel (Indíbel), palabra caló para Dios que utilizaba frecuentemente Camarón o Diego ‘el Cigala’. Mientras se desenvuelven los versos, Rosalía va expandiendo ese universo infinito de Dios, de lo más pequeño a lo más grande, de la relatividad a la mecánica cuántica. Hasta que la voz de Patti Smith, de una entrevista de 1976, nos deja con la inamovible sensación de todo ser humano de querer conectar con lo divino, y romper al fin las barreras que nos separan.

Tras tomarnos una copa de ‘Sauvignon Blanc’ y reposar, conectamos de nuevo con el flamenco, alegrándonos con Estrella Morente y Sílvia Pérez Cruz, ésta última clara influencia en todo el álbum, en ‘La Rumba del Perdón’. Para ir terminando, Rosalía incluye ‘Memória’, un fado al más puro estilo de Amália Rodrigues, junto con la prístina voz de Carminho. No podía faltar esa melancolía que tiñe la franja lusitana de azules y naranjas. Como broche final, ‘Magnolias’ cierra Lux con el funeral de Rosalía, que se despide sin rencor, sin ese angst por el que hemos caminado con tanto dolor. Un misterioso coro canta un mantra cambiante, las campanas, símbolo de muerte, se ungen con el órgano llevando a Rosalía al cielo, mientras nosotros tiramos magnolias sobre su ataúd.

Rosalía vuelve a conmovernos con un disco lleno de belleza, trasgresión y creatividad. Esperamos ansiosos ser testigos de la plena madurez de esta artista que ha vuelto a insuflar vida al mundo de la música. Y con su último verso, humilde recordatorio de lo que realmente somos, no’ vamo’:

‘Promete que me protegerás, a mí y a mi nombre en mi ausencia. Yo que vengo de las estrellas, hoy me convierto en polvo, pa’ volver con ellas’.

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Rosalía: the rebirth of an artist

Rosalía’s new album, Lux, has stirred up both anticipation and controversy. The massive marketing campaign launched in Madrid recalls those rock stars who sought above all to shock and make noise. We quickly forget those Beatles who once gave an impromptu concert on the rooftop of their Apple Corps studio.

In Spain, Rosalía’s album has awakened the beasts of labeling and snobbery, accusing her of intruding into the private world of classical music. And yet, Rosalía defies all labels with this new record. Her voice, indisputably unique, guides us through a story of redemption, spirituality, and realism, from the lows of human existence to our most beautiful awakenings. It begins with Sexo, Violencia y Llantas (“Sex, Violence and Tires”), an exquisite appetizer between piano highs and cello lows that soon leads us into those Andalusian scales so characteristic of Rosalía. This song introduces one of the album’s first artistic concepts: the triptych of recitative, cante, and aria. The opening track is a call to exchange “sex, violence, and tires” for “sparks, doves, and saints.” Its lyrics explore the new spiritual search of young people who, battered by successive crises, are not seeking a return to Catholicism per se, but a union full of grace and humanity. A coexistence within dichotomy, between the low and the high, the spirit and the flesh. Reliquia (“Relic”) takes us by the hand through the relics of youth, a confession amid the travels and nomadic spirit that define younger generations.

With this idea of journey, Rosalía continues in Catalan and English with Divinize, recalling the style of her earlier works. Taking advantage of the flexibility of both languages, English is reserved for the chorus while Catalan carries the story of sin forward, the forbidden fruit you cannot bite, only gaze upon. A hymn to faith that cannot materialize, laying bare the contradictions that Catholicism has reconciled so well: “an absence that nourishes,” “pain as delight.”

In Porcelana (“Porcelain”), Rosalía adds fascinating instrumental elements following the lines “Pleasure numbs my pain, pain numbs my pleasure” (a lyrical combination very typical of Spanish songwriting). It’s a mix between an un-sung saeta and recitation, punctuated by orchestral flourishes that heighten the drama, evoking Holy Week processions with a blurred B-flat to F between glissandi. Then she drops into a soft rap in Latin: Ego sum nihil, ego sum lux mundi (“I am nothing, I am the light of the world”). After a brief trap passage in English, Rosalía returns to earth with her trademark, unapologetic flamenco, a tonal rest and a return to the familiar. She then surprises with verses in Japanese, the most striking being “I am the queen of chaos, because God willed it so.” It’s a reflection of the chaos into which Lux immerses us: light and shadow.

With Mio Cristo Piange Diamanti (“My Christ Cries Diamonds”), we return to the Mediterranean, this time lying along Italian coasts, adorned with marvelous lyrics: “Imperfect, agents of chaos, we disarm ourselves like myths, my king of anarchy, my favorite reckless star, when you cry, collect your tears and wet your brow.” After a sudden cut at the song’s peak, Rosalía sings over her characteristic piano as light winds in the orchestra paint a portrait of pious love. Again, melodic singing merges with recitatives, an inheritance from Italian opera that Rosalía commands at will. It recalls the great Italian songs of Claudio Villa, but even more operatic and grandiose.

And after the Italian sun, we walk around German churches with Berghain (“Mountain Grove”). Rosalía explains that the term inspired her to imagine the human mind as a forest, a labyrinth in which one might lose oneself. With a playful yet conventional baroque style, what stands out most is the precision of the choir set against Rosalía’s fluidity. This is the song that many critics have used to accuse her of drifting into classical music. Yet the effect is powerful: the concrete and concise (the choir) facing the ambiguous and fluid (Rosalía). Given her career, anyone who still thinks her creative choices are random will see here how wrong they are. Berghain is a living ode bridging various classical forms, mass, opera, and oratorio, seasoned with the styles of Rosalía, Björk, and Yves Tumor. It’s strange when critics dismantle artists who draw from classical music, for Rosalía has again shown, as many once did, that it remains an inexhaustible source of inspiration. The video for Berghain further heightens the angst that underpins the song: everyday scenes imbued with new meaning, filled with visions, sadness, and saturation. The scene with the jewelry appraiser recalls that Christ who cries diamonds. Perhaps in Berghain, Rosalía begins to doubt her faith. Though surrounded by an orchestra, she is alone. And it is in that solitude, the pandemic unleashed by our boundless narcissism, where we can take the first step toward the “we.” “His fear is my fear, his anger my anger.”

In Perla (“Pearl”), the mellow waltz rhythm takes an ironic turn, perhaps mocking her relationship with Rauw Alejandro. Rosalía undoubtedly rises above him with an album infinitely superior to the so-called “music” of the Puerto Rican singer. It’s yet another demonstration of the symbolic power of classical music, or at least of its boundless variety. In Mundo Nuevo (“New World”), the opening saeta resumes the album’s main thread, this time romanticized and expanded. And after this brief but glorious chant, De Madrugá begins with Latin rhythms and trap-style vocals, until Rosalía once again feels the pull of clapping, twists, and duende. The verses in Ukrainian, “I don’t seek vengeance, vengeance seeks me”, become a musical gesture of solidarity with the events that have left us breathless, as Spanish and Slavic music share cadences, scales, and textures.

In Dios Es Un Stalker (“God Is a Stalker”), Rosalía gives voice to her own conception of God, mingled with her personal experiences and self-perception. The line “I am the labyrinth you cannot escape” is another leitmotif linking us back to Berghain. What’s fascinating is that it is unclear when God speaks, or whether God is a woman, or if it is Rosalía trying to understand God by lending him her voice. In La Yugular (“The Jugular”), Arabic verses full of furious beauty, “For you I’d destroy heaven, for you I’d demolish hell, I promise it, I threaten it”, lead into a flamenco nod with Undibel (Caló for “God”), a word often used by Camarón or Diego “el Cigala.” As the verses unfold, Rosalía expands this infinite universe of God, from the smallest to the greatest, from relativity to quantum mechanics, until Patti Smith’s voice, from a 1976 interview, leaves us with humanity’s immovable urge to connect with the divine and finally break down the walls that separate us.

After a glass of Sauvignon Blanc and a pause, we reconnect with flamenco, rejoicing with Estrella Morente and Sílvia Pérez Cruz, the latter a clear influence throughout the album, in La Rumba del Perdón (“The Rumba of Forgiveness”). Nearing the end, Rosalía includes Memória, a fado in pure Amália Rodrigues style, joined by the pristine voice of Carminho. That melancholy tinting the Portuguese coastline in shades of blue and orange could not be missed. As a final touch, Magnolias closes Lux with Rosalía’s funeral: a farewell without resentment, without the angst we’ve traversed through so painfully. A mysterious choir chants a shifting mantra, bells, symbols of death, are anointed by the organ as it carries Rosalía to heaven, while we throw magnolias onto her coffin.

Once again, Rosalía moves us with an album full of beauty, transgression, and creativity. We eagerly await the full artistic maturity of this musician who has breathed new life into the world of music. And with her final verse, a humble reminder of what we truly are, she bids us farewell:

“Promise you’ll protect me, me and my name in my absence.
I who come from the stars, today become dust,
so I can return to them.”

Amanda García Fernández-Escárzaga

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